19 diciembre 2006

Miguel Ángel Sevilla: monólogos

Tengo el honor de presentar a nuestros seguidores una creación literaria que fue inspirada en la experiencia del V Concurso Las Cuatro Esquinas. Tuvimos la suerte de contar con la visita del escritor Miguel Ángel Sevilla, que viajó desde París para conocernos, y obtuvo en Ubrique (a dónde viajaba por primera vez) y Córdoba la inspiración para crear los textos que leerán a continuación.

En la imagen, Miguel Ángel Sevilla (centro) en Las Cuatro Esquinas, con Cristóbal Ríos (izquierda) y Álex Pérez
El autor nos comenta: "Las Cuatro esquinas es para mí un titulo mágico. Quizás porque al final del Martin Fierro los hijos de Fierro se van por cuatro caminos, y nosotros decimos que éste es el destino de los argentinos. Quizás porque yo había oido hablar en mi casa de la calle Higuerales, y que cuando entré en el bar de Cristóbal me llamó muchísimo la atencion la higuera que se ve desde la terraza."

Miguel Angel Sevilla nació en Tucumán, República Argentina. Su padre y sus abuelos nacieron en Ubrique. Ha estudiado Filosofía en Francia y ha publicado varios poemarios en francés y cuatro obras teatrales; ha estrenado en París, donde vive, más de 10 obras de teatro.

Córdoba

Quizás ya son mis últimas andanzas

Estoy en Córdoba y oigo correr a mis espaldas al gran Guadalquivir

Lo imagino más bien pero corre no lejos del banco en que estoy sentado

En una calle del centro

Me duelen los pies de haber caminado tanto por la ciudad hermosa

Y mañana a Sevilla y allí cogeré el avión para París

Espero que el volver sea una pausa para otros viajes

Que volveré a ver al Guadalquivir cuando se enciende

Al caer la tarde

Como lo he visto ayer pasar por la ciudad

Tan elegante como un gitano

Y luego dejarla atrás, sus torres y santuarios

Para perderse brillando entre los campos.

Córdoba. 4/9/06

(Día posterior al V Concurso Las Cuatro Esquinas)


Miguel Ángel Sevilla: Dos monólogos para el teatro

Monologo I

Escribía poesías a los fenómenos naturales

Como si no supiera que siempre hacen lo mismo:

La lluvia caer

El sol levantarse

La luna salir al balcón con sus sedas y encajes

Los ríos correr, inclusive cuando duermo

Ídem por las plantas y las flores que crecen y florecen

Pero que no corren, es verdad, como los ríos

Mientras que las montanas se quedan inmóviles

Como las llanuras y las serranías

Y los árboles que ven pasar los ríos

Y los peñascos que ven pasar al Tajo, al Guadalete y al Guadalquivir

Y eso sucede así continuamente

Mientras las hierbas crecen, por supuesto, o se achicharran por el calor

-Depende esto del sol-

Y las noches también viene cada noche semejante al llegar de los días cada día

Pero después que ellos se vayan y cuando se mueren

O tal vez sea la noche quien los borra con tanta oscuridad

Que es al mismo tiempo de ternura, bien lo saben los amantes

Los novios delante la reja de la ventana o en los escondrijos de la ciudad

Que llaman habitaciones y que son cuevas

Esto sucede así continuamente

Son fenómenos naturales de una gran monotonía

No diré lo mismo de las guerras, bien que sucedan a menudo

En las cuales los hombres se despanzurran y se hacen pedazos recíprocamente con balas teledirigidas

Y las mujeres son violadas pues los hombres siguen siendo naturales

Y siguen naturalmente sus instintos agresivos

Vuelven luego a sus casas, comen con sus familias, se cortan el pelo y la barba

Y abrazan al niño que la mujer ha dado a luz en un hogar muy limpio

Con televisión y todo lo necesario para una vida ordenada y placentera

Y de labor, porque sin el trabajo seríamos unos sucios animales

Nos reproduciríamos como ratas en vez de amarnos en camas con almohadas

Y otros refinamientos del saber vivir

Como el tenedor, el cuchillo y la cuchara

El pañuelo para limpiarnos las narices y el pañuelo que, llevado al cuello, adorna nuestra varonil postura y la remata con un toque de color

Rojo, por ejemplo, si el sombrero es negro y la camisa anaranjada

El pantalón blanco y los zapatos de un negro reluciente

Los ojos semicerrados y los labios tensos a causa de alguna muchacha que pasa por aquí o por allá

Taconeando o discreta, poco importa

¡Bien conozco yo sus tantas artimañas!

¡Sus miradas tan solo concebidas para subyugarme!

¡Y habiéndome seducido, distraerme de mi meta, que es cantar y hacer versos y así llegar a ser eterno, eludiendo el destino de los seres mortales, que naturalmente van a morir!

¡Y por qué darme caza con esos ojos como si fuese una presa!

¡Un animalillo que se ata por el cogote y se encierra en una cueva!

¡En un corral, en una cárcel o en la prisión de Ceuta!

¿Quieres matarme, asesina? ¿Quieres robarme la vida? -Me lo pregunto, ¡esta mujer es mi enemiga declarada!

¡Si logra seducirme me anegara en el transcurso o en el curso, poco importa, de los fenómenos naturales que, como sabéis, van a dar toítos a la mar!

¡Si no lo logra quedaré yo altivo como siempre, poeta como antes!

¡Mas privado de aquello que podría, ¡si señor!, enriquecerme, tal al pintor la paleta del vivir con nuevos matices o colores nuevos!

¡Heme aquí frente a una bonita encrucijada!

¡Válgame Dios, que no sé qué hacer!

Quería dejar de cantar el ir continuo y aburrido de las cosas naturales, y allegarme al dominio del mármol, que no muere, como se ve en los cementerios

Y heme aquí, a causa de mi prestancia, ¡por culpa de una muchacha!, en un verdadero atolladero:

Si cedo a esta niña seguiré de la vida su curso natural, ¡me perderé en las delicias de sus recovecos y moriré como todo el mundo!

Si prosigo mi camino de cantaor engreído, seré eterno, sin duda.

¡Mas nunca lograré interrogar, de cerca, cara a cara, de hombre a hombre, el poder de sus ojazos!


Monologo 2

La increíble belleza de tus ojos es increíble, y tanto

Que decirla es redundancia pues a se la puede comparar

No hablaré por lo tanto de tus otros encantos, frutos del azar o de una extraña magia

Que tampoco se puede nombrar pues que nadie sabe en dónde reside ni en qué reside este don de gracias

Sin embargo en la oscuridad de mi pensamiento digo lo que pienso y mal concibo

Cegado sin duda por éste tu ser, que pareciera de ascuas encendido -¡Ole, mujer!

O por los dioses pulido como las columnas de la mismísima mezquita de Córdoba

¡Harta de turistas y siempre llena de locura y geometría!

Heme aquí, digo, a tus pies, no solamente sobrecogido ante el altar de tus encantos

Más bien herido, y profundamente, por tu belleza, ¡Madre de Dios, que al ser tan perfecta puede ser malvada!

No sonrías con ese desdén que me arroja desnudo como un gusano en la calle, por ejemplo

No sé por qué te doy este ejemplo ni por qué este ejemplo me viene a la cabeza, ¡malhechora!

¡Mardito el día en que te encontré mientras ufano iba yo por calles de Ubrique y de Algeciras!

¡Y mardito el día en que mis ojos vieron la luz, si habías tú de oscurecerlos, malvada –ya lo dije- con solo aparecer por las calzadas de aquellas calles de Ubrique y Algeciras!

Pues iba yo ufano, señores míos, señoras mías que me escucháis, como puede andar ufano un hombre al cual la suerte le sonríe

Comiendo bien todos los días, tan feliz como en el mar los peces que se mecen, como el pájaro en la rama, así ellos en las olas

Holgado como un millonario, feliz como el talabartero que tuviera mucho cuero y el borracho mucho vino

La suerte me sonreía e iba yo caminando por las calles cuando de repente, al llegar a las cuatro esquinas de la calle Higueral o Higuerales, en Ubrique, fui súbitamente movido por la sed

Cual no fue mi sorpresa al encontrarte, delante el mostrador de un bar cuyas paredes estaban recubiertas de cuadros coloridos

Pinturas de alta calidad que se usa exponer suspendidas de manera horizontal

Te he visto como al cuadro que nunca imaginé que la tierra pudiese producir sin que alguien la ayudase

Ella que produce de sí misma el higo y la manzana, el damasco y la sandía, los melones y los melocotones, la uva blanca, la uva mato y aquella tinta que pareciera injerto de tus ojos

De modo tal que, cuando me preguntaron qué quería yo beber, no oí la pregunta y seguí los sueños que bogaban por tus ojos de locura, los cuales ojos a ese momento, viendo que no respondía, dignaron dirigirse hacia mi.

¡Ay de mí! ¡Le dije al patrón: ponga usted lo que desee, Cristóbal, y ponga lo mismo para usted y la señora!

“Señorita”, me dijiste, y creí ver, pese a estar turbado en demasía, que me guiñabas un ojo y que sonreías de modo acogedor.

¡Pobre de mí! ¡Para qué haber hecho yo caso a mis sentidos, y para qué haber creído en la sonrisa que ahora me sabe a hiel, y se me asemeja a la mueca terrosa de la muerte!

¡No exagero, señores míos! ¡No os burléis de mi, señoras mías!, que estoy muy malherido y más, ¡privado de sus goces!

El brebaje aquel que bebí en el bar Las Cuatro Esquinas -¿Y por qué tan solo cuatro? ¡La vida tiene muchas más esquinas!- el brebaje aquel, digo, un vino riojano de muy buena calidad, me enloquecía si se puede decir que la locura es el amor, y que los locos están íntimamente destrozados por las heridas internas que las mujeres malvadas como tú, sobre hombres inocentes como yo, cometen sin prevenir.

No se puede decir de otro modo: He bebido tus negros ojos en un vaso de un buen vino tinto como para que, pese a tus desmanes y demás, puedas negar que me amas y afirmarme que nunca me has querido.

¿Como podría ser, mujer? ¿Me habré vuelto yo loco? ¿O seré la victima de una engañadora? La cual, en el bar de las cuatro esquinas, cuando bebíamos como dije un vino de muy buena calidad, de muy alto precio y tan espeso que se lo podría mascar, y al mismo tiempo tan tenue que la lengua apenas se atrevía a rozarlo, y al mismo tiempo también, ¡salvaje como el beso de una moza!… –¿Qué estaba diciendo? He perdido el hilo– Decía que, hechicera, me hiciste creer que me querías. Y al darme cuenta hace un rato, en el bar Las Cuatro Esquinas, dos meses después de haberte conocido, de tu mentira, o de aquella mentira de tus ojos… Es decir, al convencerme de que nunca serías mía, medité tanto sobre la mujer y sus encantos, sobre la apariencia y su magia, sobre lo cercano y lo lejano y lo que hace que sean bellas, las lejanías, que casi lloro, señores míos, como dicen que sollozan los borrachos. Y lo hubiera hecho si el patrón del bar no me dijera que saliese, que ya era tarde, que iba a cerrar porque era ya muy tarde, el bar Las Cuatro Esquinas. –Le deseé las buenas noches y me fui calle arriba, hasta la calle de las Tres Calles, en la que vivo, frente a la calle que llamáis Sevilla.

Septiembre 2006